Quiero inspirar a la gente a que se sienta bien consigo
misma
y que haga lo que quiera.”
-Amy Lee
Salgo
de la zona de la mesa giratoria y me dirigen a la cola para poder salir. No tengo
ni la más mínima idea de la apariencia de Astrid. Hay cientos de personas
esperando a sus seres queridos, unos llevan carteles o pizarras con nombres escritos;
otros, flores y peluches. El lugar se siente muy acogedor para mi gusto. Es mi
turno, es como estar en una pasarela, donde te miran de arriba a abajo. Estoy
muy nerviosa, algo avergonzada. Miro de reojo algún cartel que tenga mi nombre
escrito, pero no hay ninguno. El camino no es tan largo como se veía, tal vez he
caminado muy rápido. Sigo a los que se sientan cerca a la salida. A que no estaré
tanto tiempo sentada, espero.
¡Astrid, en dónde estás!
Veo mucha
gente salir por la puerta que quiero cruzar justo ahora. Hay rubios, castaños,
pelirrojos, morenos. Pero lo más extravagante que veo es a una joven con cabello
negro, mechón y puntas turquesas, y un extraño corte. Mucho maquillaje. Ropa
totalmente diferente a la de los demás, minivestido fucsia muy brillante, leggings
color metal con diseño de piel de guepardo, brillantes y con huecos enormes,
botas, y una chaqueta de cuero negra. Se va.
Sigo esperando y
esperando. El cambio de horario me afectó un poco. Conseguir el sueño es muy
fácil. Despierto y lo primero que hago es ver el reloj. Son las 3:30 pm, creo
que llegué a la 1 en punto. ¡Más de 2 malditas horas!
¡Joder, Astrid!
El lugar cada vez se va vaciando, hasta que
finalmente solo quedo yo. Decido irme sola, al fin y al cabo tengo la dirección,
y no debe estar tan lejos. Agarro mis maletas y comienzo
a caminar hacia la salida. Viene una fuerte brisa de aire, y todo mi cabello se
me va a la cara, no veo bien y creo que choco con alguien. Termino de estar en
shock, y veo mi nombre en una chaqueta de cuero. Qué raro...
–Disculpa.
–Descuida, no hay problema –responde con cara
de estoy-recordando-algo.
–Tu chaqueta... ¿qué dice ahí?
–Ah, lo dices por esto –me la muestra –Loveday
Rumsfeld... es mi prima, la estoy buscando, no eres de aquí, ¿no?
¡Oh mi Dios! ¿Es Astrid? ¡Tengo una prima friki, asombroso!
–No, soy de Darkold...
– ¿Inglaterra?, ¿eres tú?
–Lamentablemente –digo en un susurro –te
llamas Astrid, ¿verdad?
–Sí –dice con una enorme sonrisa de oreja a
oreja.
–Pues –no puedo más y le escupo todo en la
cara: – ¿Cómo se te ocurre hacerme esperar más de dos malditas horas en este puto
aeropuerto que ni siquiera conozco?, ¿acaso no comprendes como me siento ahora?,
mis malditos padres están muertos, y tú actúas como si no te importara, andas
vestida como una puta cualquiera…
Su bella
sonrisa se desvanece. Algunas personas voltean la mirada.
–Lo lamento... te estaba buscando, pero no
tenía idea de cómo eras y... créeme, sé cómo te sientes –dice con la voz algo
rara.
– ¿Buscándome con mi nombre escrito en tu
espalda? ¡Wow, que fantástico!, ¿Por qué tuve que tener una prima como tú?,
mierda, además tendré que vivir contigo– continuo echándolo todo a perder –Al
menos habrás traído el auto, ¿no?
–Sí, claro que lo traje, no soy tan... tan idiota
como para no hacerlo– se soba los ojos.
– ¿Estás... llorando?
–Toma las llaves, el auto esta allá –me lo
señala –Mete tus maletas y déjame en paz, ¿quieres?
Su mirada
lo dice todo, se va corriendo, con el maquillaje deslizándose alrededor de sus
mejillas, todo por mi culpa. Las personas que están cerca a mí me miran con
mala cara, como si fuera una criminal o una vagabunda mugrienta. Como si fuera
para tanto. Nunca antes en mi vida había hecho algo parecido, se siente tan raro
y tranquilizante a la vez. ¿Comencé a cambiar? ¿Tan rápido? Tomar parte del
control no resultó tan difícil como pensé. Pero resulta mal si no lo haces con
la forma indicada.
Hago lo
que me dijo Astrid. Me dirijo hacia el auto. Es bonito, algo grande y con mucho
espacio. Acomodo mis maletas y entro al carro. Hace mucho calor y además tengo
hambre. Pienso de nuevo en lo de mi prima, debo pedirle disculpas. Tengo algo
de dinero del último funeral que hizo mi padre. Quizás sea bueno comprarle
algo. Y mucho mejor si aceptara mis disculpas.
Voy
hacia el lugar de regalos, y por un momento lo veo.
Él aún
no sale de mí. Cambiarme de vida no basta, siempre me perseguirá. Siempre
estará cerca de mí. ¿Quién cuida la casa ahora? Tal vez no esté aquí. Tal vez
siga allá, desesperado por estar conmigo, por sentir mi piel en la suya. Los recuerdos
nunca se irán.
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